Conozco las guerras, sólo de nombre y por la historia.
Unas me tocan más que otras, por sentimientos, por ira, por aquellos que las
hicieron, empujados por el deber, por obligación, que no volvieron o que
regresaron trayendo consigo las secuelas de los días terribles de los
conflictos. La calzada romana, original o no, atraviesa territorios donde las
guerras se sucedieron, truncando vidas, cambiando hábitos, costumbres, dialectos
y fronteras. Reinos e imperios, tierras y poblaciones. Tanto la primera como la
segunda guerra mundial, me tocan sobremanera. Feltre comenzó a declinar desde
la caída del Imperio romano de Occidente, y en el siglo XX sufrió los avatares
de esas dos guerras. Sobre los muros y fachadas feltrinas se recuerda a los
caídos, a los desaparecidos, a los asesinados durante los conflictos. En una
calle sobre una pared, un monumento hace honor al valor de los militares durante la primera guerra. Un águila en
bronce, una placa en mármol, y sobre la placa, una inscripción con letras
también en bronce. Desde una cierta posición, el águila me miró con una
tristeza profunda, y de frente al monumento, sentí su mirada pérfida,
rencorosa. Es el rencor que dejan las guerras. Las insatisfacciones, me dije, y
recordé aquel poema que inicia mi cuaderno “Espacio para pensar en gris”
“La guerra es un ángel si al final reparte pan a todos”
La guerra ha quedado encinta por última vez
sentada
en el comienzo gris de una batalla
frente al hito que marca
lo fiero de su muda estructura.
Un suspiro vestido de hombre
se ha quitado la chaqueta
el bastón lo ha
tirado
y con las manos de sombrero
se ha puesto a llorar sin temor
en lo oscuro de un café servido en una tina.
Una mujer
en el estropeado corretear de las danzas
vuelve la cabeza a medias
jugándose un dolor de semillas viejas,
sube en cada paso y canta dormida
sobre un tablero
de ajedrez, quizás
sobre una cuadra
de caballos ángeles,
mide la abundancia con colores enfermos
recoge una línea que demarca la ansiedad
y rompe una nota de su garganta
capaz de matar los brincos nacidos en marzo.
Los niños calzan un número gigante
y duermen acostados en el zapato,
su único pie ligero
le
sostiene los dolores en una pena
arman el bullicio atravesado por lanzas
y lamen su pie
su único pie ligero.
El hombre vino a morder su siesta
cuando la mujer daba el pecho a las golondrinas,
los niños no despiertan en el aire
porque danzan con alas felices.
La guerra pare conflictos y quejidos
es una madre vergonzosa
se moja en cada aguacero de sueños
y tiñe de rojo cada sabor a muerte.
Santa Clara, 1983
Confundí la tristeza
profunda del águila con los ojos vidriosos de una paloma herida en una plaza de
Richelieu. El águila desvió la atención, miró a la izquierda, yo le di la espalda
y seguí buscando la paz en otra callejuela de Feltre. ©VCAweg2012
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