Stava
estaba durmiendo ese final de tarde septembrina cuando nos detuvimos frente a
su iglesia Notre Dame, levantada a orillas del Adige. La iglesia dedicada a
María, es de líneas austeras, con una nave principal cubierta de tejas, adosada
de un sencillo campanario. Marcaba el reloj las seis y ocho minutos. El sol,
aunque alto, iba languideciendo. Ante la imposibilidad de alojarnos en Stava,
decidimos pedalear hasta Naturno. Saliendo de Stava, en un flanco del monte, a
1000 m de altura, se cuelga el castillo Juval. Naturno, que yo por el cansancio
mal llamaba Saturno, -quizás porque Naturno me parecía lejano como el planeta-,
y cuyo blasón presenta un triángulo
amarillo oro sobre fondo azul, es largamente germanófona, y nos dimos cuenta de
inmediato cuando encontramos una pensión modesta con vocación a alojar
jóvenes y estudiantes. El hecho de no
ser, ni jóvenes ni estudiantes, y creo que sí aguerridos bicicleteros, no
impidió que nos recibieran gentilmente, explicando las reglas en la lengua de
Goethe. Las bicicletas quedaron aparcadas en el patio, subimos las alforjas al
último piso de la pensión y organizamos la estrategia de sobrevivencia: ducha
reposante, cena reconfortante y despegue nocturno para descansar en el planeta
lejano. ©VCAweg2012
jeudi 13 septembre 2012
Latsch / Laces, Kastelbell / Castelbello
La
tarde pasaba veloz y el pedaleo comenzaba a fatigar. De Morter a Laces, la ruta
siguiendo la Vía Plafat era una cuesta que quisimos evitar, y por ello fuimos a
Coldrano para luego seguir a Laces. Dar pedal en tierra desconocida también
requiere reflexión y armarse de coraje. En el tramo, y a nuestra izquierda, Il
Marzolo, alto de 2930 metros, se convierte en una pared boscosa y árida, donde
la roca emerge naturalmente. En un flanco a 1740 m se deja ver San Martino al
Monte, un pueblito de montaña, que visto el paraje, ya puede uno imaginarse la
dosis de espiritualidad que emana del lugar. Laces presume de su posición en el
valle y de estar atravesada por el Adige. Un pueblo estrecho amparado por la
cadena montañosa, con un blasón interesante: una rama verde en diagonal con
tres rosas rojas. Pueblo de tránsito y viajeros en dirección a Austria, Laces
fue notable y desde el siglo XIII su importancia fue considerable, tiene varias
iglesias, el castillo de Monte Sant’Anna y su arquitectura civil sorprende por su
Villa Mühlrain, construida en el siglo XVI, con fachadas de estilo barroco.
Castelbello se anuncia cuatro kilómetros después de Laces. Imponente su castillo, Castelbello, evidentemente. El pueblo está unido a Ciardes, y entre ambos, Colsano. Trío de pueblitos agrícolas, cuya cercanía a Merano, los hace pueblos vivos, por el nexo ferroviario. Entre Colsano y Ciardes, las pilas de cajas para manzanas hacían pensar a rascacielos plásticos en medio de la ruralidad del valle. Río Adige y línea ferroviaria, carrera de aguas y de trenes. Pasamos de largo por Sand, justo cuando se detenía el tren regional. Pero eso sería traicionar el espíritu del camino. Vimos alejarse el tren. Nos alejamos de Sand. Las bicicletas comenzaban a fatigarse, y la “Gazelle” y la “Gitane”, en un rodar por caminos equivocados, se extraviaron, y no fue hasta llegar a Stava que volvieron a rodar juntas en busca de alojo. El alojarse se pintaba feo y luego de pedalear casi 70 kms, las piernas nos pedían descanso. ©VCAweg2012
Castelbello se anuncia cuatro kilómetros después de Laces. Imponente su castillo, Castelbello, evidentemente. El pueblo está unido a Ciardes, y entre ambos, Colsano. Trío de pueblitos agrícolas, cuya cercanía a Merano, los hace pueblos vivos, por el nexo ferroviario. Entre Colsano y Ciardes, las pilas de cajas para manzanas hacían pensar a rascacielos plásticos en medio de la ruralidad del valle. Río Adige y línea ferroviaria, carrera de aguas y de trenes. Pasamos de largo por Sand, justo cuando se detenía el tren regional. Pero eso sería traicionar el espíritu del camino. Vimos alejarse el tren. Nos alejamos de Sand. Las bicicletas comenzaban a fatigarse, y la “Gazelle” y la “Gitane”, en un rodar por caminos equivocados, se extraviaron, y no fue hasta llegar a Stava que volvieron a rodar juntas en busca de alojo. El alojarse se pintaba feo y luego de pedalear casi 70 kms, las piernas nos pedían descanso. ©VCAweg2012
Laas / Lasa, Morter & Goldrain / Coldrano
Paese
del marmo. Lasa es marmórea y su blasón ostenta un martillo y dos cinzeles,
rojos sobre blanco y negro. Cinzel y martillo para esculpir el mármol que
hiciera grande a las cuatro letras de Lasa. El Adige atraviesa el pueblo. Desde
la ruta apreciamos la “ferrovia marmifera di Lasa”, construida en 1929. Pasamos
frente a la iglesia parroquial, seguimos el curso del Adige, atravesamos
Covelano, al sur de Silandro, donde la calzada se convierte en vía Ponte di
Legno. La región vive del cultivo de la manzana y en medio de los manzanares,
se nos aparece Cristo en su altarcillo con cubierta a caída de dos aguas. El
altar pintado de rojo vasco se alzaba entre dos surcos, un Cristo tallado en
madera, la cabeza gacha, nos acompañó durante un largo trecho y al cabo, fue
remplazado por un Cristo de Limpias, barbudo, demacrado, mirando la tarde caer
y quedar allí, solo y desamparado. Luego de casi seis kilómetros de pedaleo, llegamos
a Morter. Entre el mapa de la guía Bikeline y el GPS del lugarteniente Wakim,
se destapa una disputa donde intervienen los carabineros apostados por todos
los parajes, nadie para indicarnos cuál camino tomar! En un santiamén, tomamos
la decisión de pedalear por el camino menos escabroso, y ese camino nos llevó a
Coldrano, un caserío cuyo nombre se lo da el castillo que alberga, y que fuera
residencia de nobles durante el renacimiento. ©VCAweg2012
Prad / Prato & Tschengls / Cengles
…y
llegamos a Prato allo Stelvio. El rumor del Adige se une al canto de los
pájaros. Huele a suelos húmedos, a manzana podrida y a manzana presta a
mordisquear. Por estos lares, las áreas de pesca en el río son controladas. Nos
invitamos a contemplar los montes desde un banco rústico a orillas del Adige y
aprovechamos para comer una barra de cereales. Da gusto pedalear por la región,
respirar el aire alpino y vaciar los pulmones y de nuevo a llenarlos a grandes
bocanadas. Al entrar en Prato, nos recibe la iglesia de St. Georg zu Agums, y
un poco más adelante, el Alpen Bar nos sugiere una cerveza helada, pero no hay
calor como para sentarse a tomar una. Un paisano ya jubilado, portando un
sombrero tirolés, somnola sentado en la terraza del bar. Prato es triste como
el rostro del paisano. Prato parece pobre aunque sean ricos sus manzanares, y
entre campos inmensos de la fruta, la ruta sigue, la ruta no termina…, a poco
de haber salido de Prato, aparece Cengles, aldea rodeada de campos de manzana y
albaricoques, un enclave dentro del parque nacional del Stelvio. La iglesia
Santa Otilia empina su aguja coronada por un bulbo gris coronado a su vez por
la cruz. El valle por donde serpentea la pista ciclable tiene todos los tonos
inimaginables del verde. Vamos
cuesta abajo en dirección a Lasa… ©VCAweg2012
Glurns / Glorenza
Glorenza
cuenta apenas un poco menos de mil almas. El cartel anunciador de la Citta di
Glorenza nos invita a detenernos para apreciar a la que se le considera como la
más pequeña villa de los Alpes del Sur. Vale la pena esta gloriosa pausa en
Glorenza, una joya de la arquitectura del medioevo tardío. Entramos por la
Porta di Tubre, conocida como puerta de la iglesia, y es que puertas y arcadas,
con las fachadas simples y cornisas pintadas con colores pasteles, nos hace
olvidar las bicicletas para viajar en el tiempo, perdernos en sus estrechas
callejuelas adoquinadas y aparecer sin buscarla, delante de la iglesia de San
Pancracio. Salimos nuevamente de la villa amurallada y el pedaleo sobre la
Claudia Augusta se fue haciendo ligero en dirección de Prad. A un lado y otro
de la vía, los manzanares se adueñan del paisaje. Los montes con sus crestas
nevadas se disputan la tranquilidad como telón de fondo…©VCAweg2012
Schleis / Clusio & Laatsch / Laudes
Burgusio
es un pueblito interesante, pero sonaba la hora de dejarlo. Por la cuesta que
nos lleva a Clusio, sobre un peñón, se alza el Castillo del Príncipe, desde el
cual se aprecia en todo su esplendor la abadía benedictina y la paz que reina
sobre el burgo. En una orilla, otra vez Jesús, cabizbajo y triste. El camino
estrecho, sube y baja, y termina subiendo cuando entramos en Clusio. Como
libertas relajadas, pastan las vacas a la entrada del pueblito. San Lorenzo las
protege, guarecido en la iglesia de Clusio, cuyo reloj acaba de dar la media
campana pasada la una. La simplicidad exterior del templo, contrasta con el
esplendor barroco de su interior. Afuera, en el minúsculo camposanto, la paz
anda descalza para no estropear las tumbas floridas. Los frescos alegran las
fachadas de Clusio. En una de ellas, San Florián intenta apagar un fuego, y en
otra, un ciervo anuncia que la hospedería se nombra como el veloz animal.
Hacemos caso al cartel que nos invita a doblar a la izquierda y retomar la
calzada romana, que nos aleja de Malles, y nos lleva, siguiendo el curso del
Adige, a Laudes, sereno en esa media tarde. La iglesia de Laudes, con su
empinada aguja roja, es vecina de la vieja iglesia de la que solo queda la
torre campanario de evidente factura neo-gótica. El pedaleo no se detiene. Casi
a la vista, Glurns. ©VCAweg2012
Burgeis / Burgusio
Nos desplazamos por la ruta húmeda que fue trazada
paralela al Adige, y que nos llevará directamente a Burgusio, a poco más de
1200 metros de altura. El cartel que anuncia al pueblo, emerge de entre el
verde y deja ver una profusión de colores pasteles. Burgusio, en el municipio
de Malles Venosta, fue un burgo instalado en la antigua calzada romana, y cuyo
origen remonta a un fuerte construido por los soldados del imperio. En las
alturas del pueblo se yergue la Abadía de Marienberg, y cuyo emplazamiento a
1340 metros la convierte en la más alta abadía benedictina de Europa. La abadía
tiene una impresionante iglesia barroca, y en el centro del pueblo, una iglesia
dedicada a María (Ig. Parroquial de la Concepción de María), y cuya aguja
coronada por la cruz, se alza imponente sobre los techos bajos de pizarra y
tejas. Los geranios colorean las fachadas blancas con sus frescos
tradicionales. Calles adoquinadas, plazoletas, y frente al Albergo de los
Moros, una fuente donde se levanta la estatua de una heroína de espada y
balanza justiciera. Me viene al pensamiento, Jeanne d’Arc. Un tractor aparece
en un recodo de la plaza y rompe el silencio, dejan de oirse los dos chorros de
agua de la fuente, y el cartel que anuncia que el Albergo data de 1665, nos
hace aparcar las bicicletas y entrar en el salón comedor para calentar nuestros
estómagos con un caldo tirolés. ©VCAweg2012
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