jeudi 13 septembre 2012

Schleis / Clusio & Laatsch / Laudes

Burgusio es un pueblito interesante, pero sonaba la hora de dejarlo. Por la cuesta que nos lleva a Clusio, sobre un peñón, se alza el Castillo del Príncipe, desde el cual se aprecia en todo su esplendor la abadía benedictina y la paz que reina sobre el burgo. En una orilla, otra vez Jesús, cabizbajo y triste. El camino estrecho, sube y baja, y termina subiendo cuando entramos en Clusio. Como libertas relajadas, pastan las vacas a la entrada del pueblito. San Lorenzo las protege, guarecido en la iglesia de Clusio, cuyo reloj acaba de dar la media campana pasada la una. La simplicidad exterior del templo, contrasta con el esplendor barroco de su interior. Afuera, en el minúsculo camposanto, la paz anda descalza para no estropear las tumbas floridas. Los frescos alegran las fachadas de Clusio. En una de ellas, San Florián intenta apagar un fuego, y en otra, un ciervo anuncia que la hospedería se nombra como el veloz animal. Hacemos caso al cartel que nos invita a doblar a la izquierda y retomar la calzada romana, que nos aleja de Malles, y nos lleva, siguiendo el curso del Adige, a Laudes, sereno en esa media tarde. La iglesia de Laudes, con su empinada aguja roja, es vecina de la vieja iglesia de la que solo queda la torre campanario de evidente factura neo-gótica. El pedaleo no se detiene. Casi a la vista, Glurns. ©VCAweg2012

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