Schleis / Clusio & Laatsch / Laudes





Burgusio
es un pueblito interesante, pero sonaba la hora de dejarlo. Por la cuesta que
nos lleva a Clusio, sobre un peñón, se alza el Castillo del Príncipe, desde el
cual se aprecia en todo su esplendor la abadía benedictina y la paz que reina
sobre el burgo. En una orilla, otra vez Jesús, cabizbajo y triste. El camino
estrecho, sube y baja, y termina subiendo cuando entramos en Clusio. Como
libertas relajadas, pastan las vacas a la entrada del pueblito. San Lorenzo las
protege, guarecido en la iglesia de Clusio, cuyo reloj acaba de dar la media
campana pasada la una. La simplicidad exterior del templo, contrasta con el
esplendor barroco de su interior. Afuera, en el minúsculo camposanto, la paz
anda descalza para no estropear las tumbas floridas. Los frescos alegran las
fachadas de Clusio. En una de ellas, San Florián intenta apagar un fuego, y en
otra, un ciervo anuncia que la hospedería se nombra como el veloz animal.
Hacemos caso al cartel que nos invita a doblar a la izquierda y retomar la
calzada romana, que nos aleja de Malles, y nos lleva, siguiendo el curso del
Adige, a Laudes, sereno en esa media tarde. La iglesia de Laudes, con su
empinada aguja roja, es vecina de la vieja iglesia de la que solo queda la
torre campanario de evidente factura neo-gótica. El pedaleo no se detiene. Casi
a la vista, Glurns. ©VCAweg2012



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