mardi 11 septembre 2012

Zams / Landeck


Escogimos Zams para cerrar la etapa del martes 11 de septiembre, una comuna tirolesa que termina a 767 metros en la parte alta del valle del Inn, vecina de Landeck, que es el distrito judicial. El clima es suave considerando la altura, y como lo constatamos, llueve, llueve y llueve. Entre Zams y Landeck confluyen el Inn y el Sanna. Es decir, agua por todas partes. Pedaleando por la Hauptstrasse, nos detuvimos en el 69. Habitación disponible en Haus Frank. Una casa-granja que emanaba olores vacunos. En la planta baja, el establo, la lechería y todas las máquinas de trabajo. Nos acomodamos en la luminosa “doppelzimmer” con un ventanal dando a un terreno con árboles frutales. Rose (que debe ser la mujer de Frank) envasaba remolacha en potes medianos, para una posterior venta. El rojo vino de la “betterave” me hizo salivar. Ella nos muestra un anaquel lleno de potes y yo me pregunté si nos llevabámos consigo uno de ellos, pero faltaba mucho por pedalear y un pomo de cristal, puede dañarse en el camino. Salimos con la intención de descubrir Zams. En 1911 la mitad del villorío fue consumido por las llamas, y de ese incendio solo se salvó la torre campanario de la iglesia, considerada hoy como sitio fácilmente ubicable en caso de pérdida. Y no creo que pueda uno extraviarse en Zams. La iglesia fue reconstruida a proximidad de la torre, pero no quedó adosada a ella. Una fina llovizna interrumpió la balada por el pueblo donde no se veía un alma en sus calles. Fue anocheciendo poco a poco, y poco a poco se nos fue desbocando un hambre que nos conminó a buscar un lugar donde complacer a los estómagos. Cenamos en un gasthof inmediato a iglesia. Se come lo que se caza, y de la caza provenían los platos propuestos por el restaurant, de esa manera recuperamos el kilo perdido durante los poco más de cincuenta kilómetros hechos en la jornada. ©VCAweg2012

Les ruines du château de Kronburg (Zams)


Al final de ese largo martes, el pedaleo fue decisivo para carenar en buen puerto. Granjas y tierras de laboreo, en ese término de Schönweis que mezcla los verdes con suavidad. En medio de un terreno no cultivado, distingo una caseta para guardar los aperos de labranza y las cosechas de granos. Separada del suelo y en sus lados, varas puntiagudas. Me traslado a las tierras gallegas donde el hórreo es rey en los campos y granjas. Pero nada que ver entre la caseta austriaca y el hórreo de las comarcas gallegas. La luz del atardecer deja de ser menos intensa. Entre el Inn y el bosque quedan invisibles nuestras sombras. Al pie del macizo, del otro lado del río, Starkenbach. Sobre un abrupto pico, las ruinas del castillo de Kronburg hacen pensar a un territorio de hadas fantasmas. Subir a las ruinas, ya atardeciendo, por la sinuosa ruta de montaña, ni que estuviéramos locos. 
Primero fortaleza en tiempos del duque Leopoldo III, capilla, más tarde iglesia de peregrinación, con el tiempo, un monasterio al lado de la iglesia, hoy las inquilinas son monjas caritativas. Pleitesía, compras, ventas y prohibiciones son el resumen de siglos en este paraje del Tirol. Creo que es mucho más hermoso ver el castillo desde abajo, e imaginar el revolotear de los murciélagos buscando sitio entre las piedras. Kronburg dista tres kilómetros de Zams, pueblo al que llegaremos por el camino paralelo al Inn. ©VCAweg2012 

Schönwies



Otros dos caseríos contornearemos antes de llegar a Schönwies. El primero, Ried, es un conjunto de granjas agrícolas alrededor de una capilla. El siguiente, Saurs, se extiende a lo largo del Inn, y en su calle principal se levanta la Friedhof o capilla del cementerio. Schönwies no es mucho más grande que los dos caseríos vecinos, pero presume de ser comuna y municipio del distrito de Landeck. Con ellos comparte el hermoso panorama alpino que le ofrece el Gran Schlenkerspitze, casi alcanzando los 3000 metros de altura. Al pasar la señal que anuncia Schönwies, nos da la bienvenida San Benito, protegido en una urna acristalada, y por la misma calle, una pequeña capilla coronada por un campanario, como otros ya vistos en el Tirol. Blanca con remates amarillo oro idéntico al de su blasón, un blasón parlante compuesto de tres tréboles, de oro y rojo, y dividido en ángulo. En el centro superior de la fachada de la capilla, una cruz patriarcal. La iglesia parroquial de San Miguel es el edificio que sobresale de entre el mar de techos rojos y negros del pueblo. La cubierta rojiza, los muros blancos y amarillo oro, como también los ornamentos y molduras de la torre. Alta por su estructura, pero no por la aguja, más bien modesta, encallada sobre cuatro frentes triangulares, y en cada frente un reloj. Los cuatro relojes marcaban las 17h45, fin de una tarde larga aún no acabada. Llegaba la hora de buscar alojo, pero no sería en Schönwies. El tiempo presionaba, pero no pude seguir de largo al descubrir el monumento a los caídos en la Primera Guerra, la del 14 al 18. En el mismo monumento se recuerda a los caídos entre el 39 y 1945. Pero mi pensamiento va a la primera, aquella que vio regresar a los cuatro hermanos Buttin, soldados que aprendieron a ser soldados y a sobrevivir en las trincheras que se convertirían en matadero de hombres jóvenes y viejos.  ©VCAweg2012

Mils-Au



Entre franjas boscosas y campos laborados se llega a Mils-Au, siempre el Inn a la izquierda con sus arrastres de arena formando islas. El pito de un tren deteniéndose en Imsterberg nos saca de la ruralidad. Campos de maíz cubren casi todos los terrenos. Verde coronado por espigas de oro. La fe no falta por estos parajes, y cuenta de ello es la profusión de altares y capillas bordeando los caminos. Poco antes de llegar a Mils-Au nos recibió un Cristo de talla humana sentado sobre una roca, las manos atadas con una cuerda, laceradas, en una mano sosteniendo una larga espiga, semicubierto por una túnica y el rostro adolorido. “Todos ustedes que pasan están observando mi dolor”, se puede leer en el fresco que orna la capilla. Me evado por dos segundos y pienso en Hilda Velia, el rosario entre sus manos. Mils-Au, diminuto caserío de cinco calles, una de las cuales nos llevará al otro Mils, Mils bei Imst, que a su vez nos permite cruzar el Inn para pedalear hasta Schönwies. ©VCAweg2012

De Brennbichl a Mils




El “verkauf verleih reparatur” encontrado en la Langgasse estaba casi a la salida de Imst, lo que nos permitió enlazar con la ruta que atraviesa Brennbichl, barrio periférico de la ciudad, mitad rural mitad industrioso y que da acceso a la A12. El camino para ciclistas va paralelo al Pigerbach, un afluente del Inn. El turbulento Inn será a partir de Brennbichl, como una brújula que irá marcando cada vuelta de las ruedas de nuestros ciclos. El Inn a nuestra izquierda, a la derecha la autopista y la franja industrial del sur de Imst. Al poco rato, olvidamos el ruido incesante de la autopista y volvimos a deleitarnos con ese paisaje montañoso que hace sorpendente el Tirol austriaco. ©VCAweg2012

Imst


Entramos en Imst por la calle Thomas Walch, que lleva directo a la iglesia de la Asunción, de estilo gótico tardío, edificada en el siglo XV. La misma torre puntiaguda que la parroquial de Dormitz, pero en lugar de roja, gris plomo desafiando la silueta del macizo montañoso que le da aires de tarjeta postal. Esta es la más alta torre de todo el Tirol  Tiene su encanto la iglesia, de altos y estrechos ventanales, y un friso pintado en la parte superior de los muros exteriores que conforman el edificio principal. La torre abriga el mecanismo de los cuatro relojes que marcan las horas de la eternidad a los muertos sepultados en el camposanto que rodea a la iglesia.
El título de ciudad le fue otorgado en 1898, sin embargo, desde 1282 le fue concedida la licencia de mercadeo. Su heráldica hace honor a la bandera austriaca y al estandarte tirolés, ambos pintados en una pared de la torre, que no es torre campanario, porque la campana tiene su lugar encima del techo cubierto de pizarra, sobre el edificio de la sacristía. Mientras pedaleábamos, iba imaginando Imst como si volviera allí una segunda vez. La imaginación va más de prisa que nuestra propia sombra. Y es que precisábamos encontrar un taller de reparación de bicicletas, y yo veía talleres a izquierda y derecha. Imst tiene sus calles empinadas, y por ellas fuimos subiendo y sufriendo del calor septembrino. Remontamos la Pfarrgasse. Más adelante descubrimos la Johanneskirche, y en un recodo, la estatua de un santo con un cordero echado sobre sus hombros, me pregunto cuál santo será, y solo me viene a la memoria que el cordero es un símbolo cristiano, legendario desde el primer siglo. Dejando atrás el centro, las calles se animan, el sol comienza a quemar, los comercios reabren, y por fin nos tropezamos el taller de reparación de bicicletas, que será, mientras la Gitane se hace vestir una nueva parrilla, el reposo que necesitábamos. ©VCAweg2012

Dormitz, Strad y Tarrenz



Dormitz se percibe como una mancha semiurbana entremezclada de verdes y campos laborados. No es pueblo, tampoco es caserío, aunque  lo fuera antes de convertirse en parroquia de Nassereith. Desde el camino, que aquí se anuncia como calle del Ingeniero Kastner se avista la flecha de la iglesia de San Nicolás, que emerge como punta de lanza roja detrás del edificio. El valle de Gurgl es fértil, protegido por los flancos del macizo montañoso, cubiertos de coníferas. Nos deslizamos tranquilamente al amparo de la sombra oscura del bosque, por la calzada original paralela al Gurglbach. Bordeamos una brutal cantera y entramos en el camino boscoso que nos lleva a Strad. Perdido en un claro, Cristo, clavado a la cruz. Un altar de camino, que los rivereños levantan para que no perdamos la fe y el espíritu. Dos palabras que para muchos, navegan en un mar de dudas. En el caserío, todos las calles, atajos y senderos se llaman Strad. En Strad, la capilla está dedicada a la Trinidad. Pasamos de largo y bifurcamos en dirección à Tarrenz, que como Strad, son caseríos del distrito de Imst. A uno y otro lado del camino, verdean los maizales. El caserío que data del siglo XIII, conoció la prosperidad explotando las minas de plomo. Aplomado estaba el cielo que al momento de nuestro paso cubría Tarrenz. Poco faltaba para llegar a Imst, y decidimos doblar el pedaleo para regalarnos un pequeño descanso en la primera plaza que encontráramos. ©VCAweg2012

Nassereith


En un camino como la VCA, seis kilómetros pasan casi volando. En Nassereith volveremos a tropezarnos con el ciclista solitario que hemos encontrado en la cornisa que bordea el Fersteinsee. De hecho, no es americano, es canadiense, y es que al escribir la crónica entre fatiga y somnolencia, situé al ciclista en los confines de la bandera estrellada y no en Vancouver! Poco importa, conociéndome poco nacionalista, me creo que lo somos del mundo, y basta! Nassereith presume de bonitas mansiones donde cohabitan tradición y modernidad. Techos a dos aguas, balcones floridos, el toque discreto de un fresco sobre la fachada y ese banco en madera que empuja al reposo y a la contemplación. Nassereith, a 843 metros de altura, con su iglesia parroquial de los Tres Reyes y gente amable queriendo ayudarnos a encontrar la buena dirección. La torre de la parroquial luce un doble bulbo, y entre ambos, el campanario simple. Dos vírgenes nos llaman poderosamente la atención, las dos descalzas sobre una hipotética bola azul, -el mundo azul?, las dos protegidas de eventuales inclemencias del tiempo, -el tiempo detenido?, quizás, por la expresión de sus rostros, por la desenvoltura de una los brazos cruzados sobre el pecho o por la ternura de la otra cargando al Niño Jesús. Torre e iglesia, pintadas de un rosa pastel y ornadas con molduras de trazos lineales. Al mirar atrás, la torre emerge de entre los techos del pueblo. Atrás van quedando esas casonas tirolesas que en estilo emulan con las casonas bávaras. Delante el camino se nos abre a otros pueblos y horizontes… ©VCAweg2012

Schloss Ferstein


La susodicha fortaleza, el viejo castillo de Ferstein, que ya lo era desde el siglo XIII, señorial y ahora ruinoso, nos convidó a un alto –merecido alto después de tanto pedregar!, se yergue sobre un espolón rocoso que fuera paso aduanal entre entre Reutte e Imst. Muros, piedras y vestigios destruidos y reconstruidos a lo largo de los siglos. El castillo está parcialmente preservado, como el pabellón de estilo neo-gótico flanqueado por delgadas torres circulares de tres plantas. Un cartel anuncia el café restaurant. El trote de caballos resonando al atravesar el paso bajo la arcada que sostiene la torre. Estamos a solo seis kilómetros de Nassereith. ©VCAweg2012

Sendero entre Ferstein y Nassereith


Evidentemente estamos en un sendero balizado para caminantes. Las barras  blancas y rojas pintadas en el tronco de un pino nos dan fe que podemos seguir el camino, y luego una señal de peligro anunciando caída de piedras y rocas nos pone en alerta. Estamos en la antigua calzada romana. Imposible pedalear. El ascenso lo hacemos más que empujando, arrastrando las bicicletas con sus alforjas y bártulos. En el pasaje más incómodo y estrecho del camino, al borde de la cornisa, nos encontramos a un ciclista solitario, acompañado de sus dos enormes mochilas atadas a cada lado de la parrilla. Nos presentamos. Un americano, un libanés y un cubano, tres ciudadanos del mundo queriendo igualarse a los romanos de chanclas y cascos con penachos montados en livianos carruajes de dos ruedas. Los tres vamos a Nassereith por el camino menos confortable. Después de la cornisa, otro sendero en picada y pedregoso nos da la bienvenida. Por entre los pinos, la inmovilidad lacustre del Fersteinsee. El trote de caballos llega a nuestros oídos. Delante de nosotros media docena de jinetes y amazonas descienden parsimoniosamente el pedregal. Los adelantamos. De un lado la pared rocosa envenenada de viejas raíces y plantas trepadoras. Del otro el final de la cornisa con sus pinos agarrados a las rocas temiendo caer en el lago. Entre ambos el sendero que muere justamente en una vieja fortaleza, entra señorial por su pórtico arqueado y sale del otro lado en busca de una ruta menos abrupta. Estamos a dos pasos de Nassereith. ©VCAweg2012