Entramos en Imst por la calle Thomas Walch, que lleva
directo a la iglesia de la Asunción, de estilo gótico tardío, edificada en el
siglo XV. La misma torre puntiaguda que la parroquial de Dormitz, pero en lugar
de roja, gris plomo desafiando la silueta del macizo montañoso que le da aires
de tarjeta postal. Esta es la más alta torre de todo el Tirol Tiene su encanto la iglesia, de altos y
estrechos ventanales, y un friso pintado en la parte superior de los muros exteriores
que conforman el edificio principal. La torre abriga el mecanismo de los cuatro
relojes que marcan las horas de la eternidad a los muertos sepultados en el
camposanto que rodea a la iglesia.
El título de ciudad le fue otorgado en 1898, sin
embargo, desde 1282 le fue concedida la licencia de mercadeo. Su heráldica hace
honor a la bandera austriaca y al estandarte tirolés, ambos pintados en una
pared de la torre, que no es torre campanario, porque la campana tiene su lugar
encima del techo cubierto de pizarra, sobre el edificio de la sacristía.
Mientras pedaleábamos, iba imaginando Imst como si volviera allí una segunda
vez. La imaginación va más de prisa que nuestra propia sombra. Y es que
precisábamos encontrar un taller de reparación de bicicletas, y yo veía
talleres a izquierda y derecha. Imst tiene sus calles empinadas, y por ellas
fuimos subiendo y sufriendo del calor septembrino. Remontamos la Pfarrgasse.
Más adelante descubrimos la Johanneskirche, y en un recodo, la estatua de un
santo con un cordero echado sobre sus hombros, me pregunto cuál santo será, y
solo me viene a la memoria que el cordero es un símbolo cristiano, legendario
desde el primer siglo. Dejando atrás el centro, las calles se animan, el sol
comienza a quemar, los comercios reabren, y por fin nos tropezamos el taller de
reparación de bicicletas, que será, mientras la Gitane se hace vestir una nueva
parrilla, el reposo que necesitábamos. ©VCAweg2012
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