mardi 11 septembre 2012

Sendero entre Ferstein y Nassereith


Evidentemente estamos en un sendero balizado para caminantes. Las barras  blancas y rojas pintadas en el tronco de un pino nos dan fe que podemos seguir el camino, y luego una señal de peligro anunciando caída de piedras y rocas nos pone en alerta. Estamos en la antigua calzada romana. Imposible pedalear. El ascenso lo hacemos más que empujando, arrastrando las bicicletas con sus alforjas y bártulos. En el pasaje más incómodo y estrecho del camino, al borde de la cornisa, nos encontramos a un ciclista solitario, acompañado de sus dos enormes mochilas atadas a cada lado de la parrilla. Nos presentamos. Un americano, un libanés y un cubano, tres ciudadanos del mundo queriendo igualarse a los romanos de chanclas y cascos con penachos montados en livianos carruajes de dos ruedas. Los tres vamos a Nassereith por el camino menos confortable. Después de la cornisa, otro sendero en picada y pedregoso nos da la bienvenida. Por entre los pinos, la inmovilidad lacustre del Fersteinsee. El trote de caballos llega a nuestros oídos. Delante de nosotros media docena de jinetes y amazonas descienden parsimoniosamente el pedregal. Los adelantamos. De un lado la pared rocosa envenenada de viejas raíces y plantas trepadoras. Del otro el final de la cornisa con sus pinos agarrados a las rocas temiendo caer en el lago. Entre ambos el sendero que muere justamente en una vieja fortaleza, entra señorial por su pórtico arqueado y sale del otro lado en busca de una ruta menos abrupta. Estamos a dos pasos de Nassereith. ©VCAweg2012

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