Una vez instalados en el Dolomiti, y restablecidos
del cansancio en gran parte gracias a la magia de un baño reposante, decidimos
quedarnos a cenar en Il Sole di Napoli, el restaurant pizzería situado en la
planta baja del Albergo, pues la experiencia de buscar y no encontrar dónde
comer en pueblos moribundos, y terminar comiendo cualquier cosa, nos ha tocado
duro. Setenta y cuatro bornes pedaleadas merecen una cena reconfortante.
Terminada la cena, una caminata al centro no era mala idea, pues en estos
pueblos, lo que nunca cierran temprano son las heladerías. Helado y curiosidad
urbana se dieron la mano y descubrimos un Feltre nocturno (digamos noche
temprana) en movimiento, llenos de bares y terrazas colmadas. Digamos también
que el tiempo era una bendición. Como el alcohol, que sea vino o cerveza, tiene
lugar obligado en la cena, no tenemos costumbre de realcoholizar el espíritu
haciendo “bares y cantinas” pues al siguiente día, el pedaleo y la resaca no
hacen buena liga. Sin embargo, helados, todos son bienvenidos.
La promenade por Feltre, entre dos luces, la luz
crepuscular y la luz de los faroles públicos, creaba un ambiente de visita
espectacular. El centro histórico, con sus vetustos inmuebles, soportales con
arcadas, y columnas robustas, piedras nobles y galerías abovedadas con frescos,
balcones y vitrales.
Busqué la iglesia de los santos Roque y Sebastiano,
pero mi búsqueda fue infructuosa. San Giovanni Nepomuceno se me apareció en una
calle sin nombre, y por ella seguimos leyendo en los muros, leyendo placas que
evocan la historia de Feltre durante los dos conflictos mundiales. El gran burgo
que es Feltre, lleno de palacios y una abundante arquitectura religiosa, sufrió
los desmanes de la guerra y su población no escatimó sacrificios en la
resistencia partisana. Al término del segundo gran conflicto, la ciudad fue
honorada con la medalla por el valor militar. ©VCAweg2012
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