Pedaleando
por la carretera y desde un claro, divisamos el castillo de San Salvatore,
muros blancos, infinidad de ventanas, cubierta de tejas y una curiosa torre. En
un recodo de la carretera, el muro de piedras nos anuncia que estamos bordeando
la propiedad. Del otro lado un dominio vitícola, los surcos meticulosamente
trabajados. Detrás del largo muro, un bosque de castaños y sauces llorones
(Salix babylonica) se disputan el parque, copado de toda suerte de coníferas.
Bordeando la carretera, una enfilada de cipreses alzándose para tocar el cielo.
Cielo despejado envolviendo el castillo, que sorprende por su maraña de piezas
y dependencias. San Salvatore es una colina, y de ahí proviene su nombre. Desde
el siglo XIII pertenece a los Collalto, que tendrán plena jurisdicción sobre
ambos condados, Collalto y San Salvatore. San Salvatore desde sus orígenes fue
un enjambre de fortificaciones que controlaban tráfico, comercio y los burgos de
los alrededores. La primera guerra dejó en muy mal estado el castillo y sus
dependencias. Quedan ruinas de un pasado belicoso, pero el castillo tiene un
alma y una rica vida al interior de sus muros almenados. Desde siempre, el
castillo fue una mezcla de diferentes estilos, sobre todo en sus interiores.
Sus propietarios, Isabella Collalto y Enmanuel de Croÿ Collalto, permiten
visitas guiadas al palazzo Odoardo, al palazzi Comitali, a la iglesia del
Carmine y a las galerías subterráneas (las visitas previa reservación, y
solamente entre 9 y 11 de la mañana!). Una pausa palaciega fuera de sus muros
cuando el día había cortado su jornada al medio. ©VCAweg2012
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