Parajes
divinos, huertas, viñas, huellas de un pasado rico en edificaciones, donde se
distinguen las mansiones construidas durante el Concilio de Trento, en el siglo
XIX. Una exhuberante higuera pegada a la vía alla Veduta me hace soñar con los
higos dulces de la mata de mi vecina Yolande. Su fuerte olor me hace frenar, y
volver a soñar mientras fotografío sus hojas caducas con su limbo de irregular
forma palmada. Las capillas que encontramos en “alla Veduta” también revelan un
pasado de esplendor, ornadas de frescos y molduras trompe-l’oeil. Contorneamos
el farallón calcáreo Forti di Civezzano. Verdes profundos surgen de entre las
rocas basálticas. Alguna que otra bodega de vinos. La vía de marras es una
antigua carretera provincial de la época en que Civezzano todavía no era una
comuna, justo un partido judicial y la cual atraviesa el burgo. Un hito, de
esos viejos hitos que marcan historia y territorio, nos dio la bienvenida a
Civezzano. Los monumentos religiosos no faltan en estos parajes que una vez
estuvieron castigados por el cólera. La cruz omnipresente, y altares que
veneran a la Virgen. En un recodo de la
carretera, una capilla con ofrendas recuerda que en el 1855 la comuna sufrió
del cólera. Subimos loma arriba la vía alla Madonnina, también repleta de
bodegas. A esa hora, el Quasi bar de la vía Milana estaba vacío. Pedaleábamos
en sentido contrario a la circulación, pero sin temor a ser aplastados por un
automóvil, aplastados por el silencio de una callejuela estrecha que nos
empujaba a dejar el pueblo en dirección al Este. Sin embargo, dimos vuelta
atrás buscando la Cesare Battisti primero y luego la vía Garibaldi. La iglesia
parroquial de Santa María Assunta fue la última visión de Civezzano, una fachada
en losas color beige con un pórtico majestuoso, y alto frontispicio triangular
ocultando la cubierta alta de su única nave. El reloj del campanario marcaba la
tristeza de aquella tarde civezzanesa. ©VCAweg2012
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