lundi 10 septembre 2012

Lermoos


La vida es una rueda, la mía tiene rayos. Otras vidas son aspas, que dan vueltas para terminar sentadas en un banco solitario de una plaza, o en una butaca de un salón, sala de una casa o salón de un asilo. Aspas. Serán aspas aquellas del escudo de Lermoos? Y vuelvo a pensar en el hombre entrado en años, sus aspas detenidas en Bichlbach. Siempre rodamos, el lieutenant Wakim y yo, a cierta distancia uno del otro. Así cada uno habla a su sombra aplastada por las ruedas de las bicicletas. A medida que avanzamos en dirección a Lermoos, -ya no hay paisajes que me asombren-, pero estos parajes austriacos me dejan en buen français “bouche-bée”. Austria con fondo alemán. Y es que Lermoos tiene vista a la más alta montaña alemana, y del macizo de Wetterstein, el pico Zugspitze, de 2962 metros de altura. Y como chorros detenidos por el tiempo y la altura, sus flancos abrigan tres impresionantes glaciares, siendo uno de ellos, el Schneeferner por el flanco norte, el más grande de Alemania. Lermoos es una tarjeta postal que solo puede disfrutarse en el sitio. Es casi final de verano. La altura imprime cierto frescor y el invierno debe ser blanquiazul como el macizo montañoso. No encontramos dificultad para encontrar alojo, porque además de sus numerosos hoteles, no faltan studios y apartamentos en las casonas del pueblo tirolés. Tocamos a la puerta del Barth Hof, un “gäztezimmer” confortable y con una vista campestre magnífica. Nos recibió Charlie, un gato mitad blanco mitad rouquin. Amenaza de lluvia, tormenta preparándose para desafiar a dos hambrientos bicicleteros, noche negra, alba con vetas rojizas y amanecer brumoso, la niebla envolviendo los campos que circundan Lermoos. Dijimos adiós a Charlie, como el hombre entrado en años, sus aspas detenidas en Barth Hof. Pero no dije adiós a Lermoos, porque en otro final de verano, me prometí volver acompañado de Alix. ©VCAweg2012

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