La
vida es una rueda, la mía tiene rayos. Otras vidas son aspas, que dan vueltas
para terminar sentadas en un banco solitario de una plaza, o en una butaca de
un salón, sala de una casa o salón de un asilo. Aspas. Serán aspas aquellas del
escudo de Lermoos? Y vuelvo a pensar en el hombre entrado en años, sus aspas
detenidas en Bichlbach. Siempre rodamos, el lieutenant Wakim y yo, a cierta
distancia uno del otro. Así cada uno habla a su sombra aplastada por las ruedas
de las bicicletas. A medida que avanzamos en dirección a Lermoos, -ya no hay
paisajes que me asombren-, pero estos parajes austriacos me dejan en buen
français “bouche-bée”.
Austria con fondo alemán. Y es que Lermoos tiene vista a la más alta montaña
alemana, y del macizo de Wetterstein, el pico Zugspitze, de 2962 metros de
altura. Y como chorros detenidos por el tiempo y la altura, sus flancos abrigan
tres impresionantes glaciares, siendo uno de ellos, el Schneeferner por el
flanco norte, el más grande de Alemania. Lermoos es una tarjeta postal que solo
puede disfrutarse en el sitio. Es casi final de verano. La altura imprime
cierto frescor y el invierno debe ser blanquiazul como el macizo montañoso. No
encontramos dificultad para encontrar alojo, porque además de sus numerosos
hoteles, no faltan studios y apartamentos en las casonas del pueblo tirolés.
Tocamos a la puerta del Barth Hof, un “gäztezimmer” confortable y con una vista
campestre magnífica. Nos recibió Charlie, un gato mitad blanco mitad rouquin.
Amenaza de lluvia, tormenta preparándose para desafiar a dos hambrientos
bicicleteros, noche negra, alba con vetas rojizas y amanecer brumoso, la niebla
envolviendo los campos que circundan Lermoos. Dijimos adiós a Charlie, como el
hombre entrado en años, sus aspas detenidas en Barth Hof. Pero no dije adiós a Lermoos, porque
en otro final de verano, me prometí volver acompañado de Alix. ©VCAweg2012
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