En
el camino volvimos a tropezarnos a Jesús llevando a cuestas la cruz. El rostro
fatigado, las manos llagadas. Vivimos en un mundo de sufrimientos, los propios,
y los ajenos. El de Jesús, es tan recurrente en estos caminos, que tiende a
culpabilizarnos. El camino es un sendero amarillento de piedras de cantera que
nos lleva a las ruinas del Castillo de Ehrenberg (1293), à 1100 metros de
altitud. Primero nos detuvimos en la ermita Ehrenberg (1480), ciento cincuenta
metros más abajo. El burgo del Medioevo domina la entrada al valle, todo un
conjunto de fortificaciones que junto a la fortaleza barroca Schlosskopf (1741)
y el fortín Claudia (1645), se convirtieron en bastión importante de Europa
Central. La visita al conjunto de Ehrenberg tenía una contrariedad, las
bicicletas, que no estaban dispuestas a quedarse solas en alguna esquina
solitaria de la Ermita. Dos hermosos alazanes arrastrando un carruaje de época
me hicieron pensar en mi padre, que era un apasionado de los caballos. Un monje
esculpido nos dijo adiós con la mano derecha mientras con la izquierda sujetaba
la vara del monje caminante. ©VCAweg2012
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