dimanche 23 septembre 2012

Mestre (le départ) – Milan - Paris

 

Un comienzo de día sin mucho ajetreo, justo la preparación del regreso a París. Quedaba un tramo a recorrer con las alforjas sobre las bicicletas. En el camino a la estación Venezia-Mestre paramos en un supermercado para comprar jugos y golosinas. Último pedaleo en territorio italiano. Al detenernos en la vía Trento, frente a la estación, un pitazo largo anunciaba la salida inmediata de un tren local. El nuestro, de la compañía Trenitalia estaba fijado para las doce y dos minutos. Aunque estamos habituados al monte y desmonte de las bicicletas, el desmonte y guardado en la bolsa nos lleva unos quince minutos. Hay reglas estrictas a respetar para no enredarse en un rechazo a la hora de montar al tren. Puntualísimo, el “frecciabianca” comenzó moverse en dirección oeste. Un confortable tren, pero como el lechero camagüeyano que para en todas las vaquerías. Después de andar 40 kilómetros, el tren paró en Padova. Tocó el turno a Vicenza y luego Verona, atravesada por el Adige. Me hubiera gustado descender en Peschiera del Garda, ah, el lago, compartido entre el Véneto y Lombardía. En tierra lombarda otra parada, Brescia, y luego directo a la estación ferroviaria Milano Centrale. Dos horas veintitrés minutos hasta la estación que presume de indefinición en su estilo arquitectónico. Eclecticismo humbertiano tardío, aportes del art nouveau italiano, e influencia del art déco. Un vistazo apresurado mientras esperábamos el taxi que nos condujera a la Porta Garibaldi, desde cuya estación ferroviaria salía el tren de la SNCF a París. Tráfico fluido y la distancia entre las dos estaciones, relativamente corta. El tren de la compañía francesa tenía hora de salida a las cuatro y diez de la milanesa tarde y el servicio de limpieza hacía brillar los cristales de las ventanas del conductor. Las esperas desesperan, y para no desesperarme, me regalé una hora deambulando por la estación. Milán merece una estancia, me dije subiendo al vagón número ocho del TGV. Breves dos minutos en la piamontesa Turín, e igual tiempo en Bardonecchia, donde montaron muchos pasajeros. Muchos de esos pasajeros, colgados de la suerte, la de atravesar limpiamente la frontera. Los Alpes son fríos en un final de septiembre. El tren paró en Modane, del lado francés. Control por parte de la policía de fronteras. Ilusamente pensé que ya no había fronteras en Europa. Los policías fueron al directo. Controlaron por el color de la piel. Bajaron en la fría Modane a un grupo de jóvenes africanos que habían soñado con entrar en Francia. Habían entrado. Solamente eso, entraron y devueltos a Italia horas después. El tren recuperó la velocidad poco a poco. Quedaba la parada de Lyon y luego las dos últimas horas hasta París, a donde llegamos poco antes de medianoche. Sin tiempo que perder, tomamos la línea 14 del metro, vacía a esa hora. Bajamos en Saint-Lazare, volvimos a montar las bicicletas, y cuando entramos en Batignolles, realizamos que la Vía Claudia Augusta estaba terminada. ©VCAweg2012

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